La llamada de Dios

Dios llama por puro amor y con amor le respondemos

 

Dios continúa llamando. Pero, ¿será posible una vida así? ¿No será, más bien, una aventura?

La contemplación es obra de amor, y la vida contemplativa solamente es comprensible y realizable con ese amor. “Sólo el amor es el que puebla la soledad de los monasterios”, dijo el Venerable Papa Pío XII.

Dios llama por amor, y con amor le hemos de responder. Y amar es darse a sí mismo. Sólo el que ama se entrega total y desinteresadamente. Es verdad que este darse es una aventura. Pero vale la pena vivirla. Arriesgarse por Dios no deja de ser una felicidad.


 
Leer mas

Sí, también en el mundo de hoy sigue Dios haciendo oír su llamada a los que escoge para mantener en la Iglesia el carisma de la vida contemplativa. Y también en nuestros días “hay jóvenes de ambos sexos que, a pesar de los riesgos e incertidumbres del presente, están dispuestos a comprometerse por el camino del servicio de Dios con toda lucidez y generosidad”.

La llamada de Dios reviste múltiples formas, mas en todas ellas late una manifestación de su amor personal por el llamado. En algunos casos, no se podrá dudar de una intervención especial de la gracia; en otros, los más frecuentes, la actuación de ésta seguirá los caminos ordinarios.

En la búsqueda de la vocación entra también en juego, además de la divina gracia, la libre cooperación del hombre. No debemos esperar que todo llueva del Cielo. Dios habla comúnmente a través de los acontecimientos y de las personas e incluso a través de nuestros gustos e inclinaciones.

El disgusto del mundo y de la vida no es motivo legítimo de vocación religiosa; cuanto más se ama a Dios, más se ama al prójimo y más se ama la vida, como don precioso suyo.

Los que se creen objeto de un llamamiento súbito y extraordinario, deben probar la autenticidad de su vocación haciéndola pasar por la criba de una seria reflexión y sometiéndola a la prueba del tiempo. La vocación romántica tras una vida deshecha: decepción amorosa, fracaso en el mundo, reparación de una vida de pecado, etc., es cosa muy excepcional en la Cartuja.

Los que perseveramos en la Cartuja no hemos venido, generalmente, porque necesitábamos hacer penitencia, sino porque estamos enamorados de Dios.

Se impone, pues, en todo caso, una madura reflexión, y dejarse aconsejar por personas experimentadas.

Quien sienta una posible vocación a la Cartuja, dado el poco conocimiento, en general, acerca de la vida contemplativa y, en concreto, sobre la Orden de San Bruno, lo más acertado es dirigirse al Padre Prior de la cartuja.

Para comprender mejor la vocación, la Orden invita a los aspirantes a pasar unos días en la Cartuja siguiendo el ritmo normal, sin ningún compromiso.